sábado, 12 de marzo de 2011

Volveré y Seré Millones



“Con Eva no se podía. Era desaforada para todo. (…) Desvelada, insatisfecha de sí, Evita cruzaba las desiertas calles, de regreso a casa. A las puertas de la
galería Güemes vio a una mujer macilenta que a duras penas esquivaba el aguacero, con tres hijitas agarradas de la falda. Hizo detener el auto junto al cordón de la vereda y asomó la cabeza:
-¿A dónde quiere que la lleve, señora?
Por la oscuridad o la neblina, la mujer no advirtió quién le hablaba. Cargó a las hijas y fue a sentarse junto al chofer. Con la cabeza gacha desahogó ahí nomás la historia de sus infortunios. El marido estaba preso, los pocos enseres que le quedaban habían caído en las garras de los acreedores, y no la sostenía sino una esperanza: ver a la Señora y aguardar su compasión. Sollozaba sobre un pañuelo mugriento. Las chiquitas tosían. Ni a Evaristo Carriego se le hubiera ocurrido una escena más patética.
Entonces sucedió el milagro. Eva tocó el hombro del chofer, y con la cara iluminada por una súbita energía, ordenó:
-Volvamos a la Fundación. Tengo que arreglar esto. La mujer oyó aquella voz inconfundible, y dejó caer el pañuelo, con estupor y encantamiento:
-¡Dios mío! -exclamó, abrazando a las hijas.
Allí mismo la nombraron celadora de una escuela de huérfanos, donde pudo ahorrar suficiente dinero para comprar una casita.
(…) Eva llevaba meses durmiendo sólo un par de horas. Cuando los ayudantes le insistían que descansara, los rechazaba, ofendida. La interminable fila de gente humilde a las puertas de su despacho la mantenía en vela. Era como si el tiempo, yéndose, la quemara. Hacia las cuatro se le coló en la oficina, reptando una mujer de pesadilla, cuya cabeza se prolongaba en una joroba dentada, prehistórica. Tenía para colmo, unos bracitos parásitos que le colgaban de las axilas, cortos, con los dedos apelotonados. A Eva, siempre tan segura de sí, aquel monstruo infernal le causó desconcierto. Uno de los ayudantes la oyó murmurar:
-Son ellos... Ellos que vuelven...
Vaciló. Pensó, sin duda, quién podría querer a tal aborto, quién sería capaz de soportar su presencia. Y sintiéndose impotente ella misma, se arrancó unos magníficos aros de brillantes.
-Toma. Comenzá otra vida -se los regaló.
Será por eso que la querían tanto.” (La novela de Perón – T. E. Martínez)
Estas historias que se multiplicaban de las bocas de miles convirtieron a Eva Duarte en Evita y Evita hoy es un mito. Ella prometió que volvería y que sería millones.  En el día de la mujer volvió en un afiche junto a Cristina. Las Madres de Plaza de Mayo la pusieron en la reja de la Casa de Gobierno. El mito vuelve y se hace presente en millones de argentinos que locos y fanatizados tratan de acercarse y tomarla de las manos, agradecerle por haber cambiado la situación personal que es la de tantos. Tal como cuando los fanáticos rockeros corean el nombre del ídolo, así fue a la salida del Congreso Nacional saludada la presidenta en medio de un interminable gracias y fuerza Cristina. Y esos son los millones que vuelven con Eva, esos los millones que reclaman y proclaman la candidatura de quien creen y  por quien se ven protegidos. Ella los mira con húmedos ojos y les sonríe sin dejar de sentir que es poco todavía lo que hace, pero es feliz con su pueblo y el pueblo es feliz con ella. Así lo manifestaron en cuatro días que el país se movilizó, desde una punta a otra se festejó en las calles. El pueblo volvió a las calles, disfrazados, cantando con alegría. Fue como una extensión de los festejos del Bicentenario, donde millones volvieron y celebraron en paz, sin incidentes, casi sin custodia policial. El pueblo vuelve a la calle con alegría, y espera ansioso que las urnas lo convoquen para decir lo que siente. El pueblo es soberano y sabe agradecer a quien lo ama y ayuda.
El domingo comienzan las elecciones en Catamarca y poco a poco se harán en todo el país, hasta que en octubre se realicen las presidenciales y al final serán los millones que vuelven llevando su nombre como bandera a la victoria.
Marcelo Sordi

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