lunes, 14 de septiembre de 2009

LEY DE MEDIOS AUDIOVISUALES por Walter Moore

LA NUEVA LEY DE MEDIOS Y NAOMÍ KLEIN
Como librarnos de la publicidad corporativa

Por Walter A. Moore

Naomí Klein es una de las pocas analistas políticas críticas del Sistema Capitalista que logran del privilegio de ser publicadas.

Brillante y sistemática ha expuesto el verdadero alcance y carácter de los medios de difusión modernos en su libro No Logo, el poder de las marcas, editado hace algunos pocos años en castellano.

La también autora del más reciente La Doctrina del Shock, el capitalismo del desastre, revela en No Logo, la deliberada política cultural que desarrollan las corporaciones multinacionales en su estrategia publicitaria.

Describe como el capitalismo se ha hecho cada vez más abstracto, alejándose de la producción de manifacturas para dedicar sus esfuerzos a modelar las mentes mediante imágenes creadas mediante la propaganda comercial, a organizar el mundo material mediante la manipulación monetaria y la estructura política mediante el miedo.

Imaginario mercantil, dimerización de la cultura y miedo a la guerra son los ejes abstractos que regulan todos los otros procesos políticos y económicos, que quedan así subordinados a estas finalidades principales.

Esta situación está implotando en el crisis financiera mundial, explotando en la falta de destino de la humanidad con el colapso ambiental y despertando con la participación en el juego mundial de culturas no europeas.

El gigantesco andamiaje organizado por el Partido de la Muerte a nivel mundial, es sagaz y meticulosamente descripto por la autora canadiense en estos dos importantes ensayos, pero no es la comprensión de este proceso el que impulsa a actuar a los gobiernos, sino algunos de los síntomas de la enfermedad mundial, que en nuestro país se manifiesta en lo material con la miseria creciente y el envenenamiento del agua por parte de las corporaciones sojeras y mineras, y en el campo cultural en las pretensiones hegemónicas de los medios masivos de difusión.

Si bien la desesperada contraofensiva contra este monopolio de la mentira organizada por parte del gobierno nacional es absolutamente loable, el cuchillo no opera llegando hasta el hueso, sino que apenas corta la piel del problema, y aún así los chillidos del Mal son casi insoportables.

El hueso, la estructura básica que sostiene el Monopolio de la Mentira, no es solamente la propiedad accionaria de los medios, sino el sistema económico del cual se nutre, que no es ni más ni menos que LA PUBLICIDAD.

Este es el hueso que mantiene funcionando al mayor sistema corruptor de la cultura nacional, el que instala la idea de que la sociedad no puede ser sino un estructura frágil y el futuro algo ominoso, generando con este recurso una conciencia colectiva ante la cual el sistema educativo, legal y represivo es absolutamente incapaz de modificar.

Pues los medios refuerzan esta sensación de Fin del Mundo, en la cual los jóvenes son preparados para carecer de futuro, donde la producción está destinada a destruir las bases de la Vida y la sociedad se encuentra inmersa en una inseguridad y un ruido insoportable.

Nada de esto puede ser modificado a menos que se impida que las corporaciones dejen de modelar la cultura en el proceso llamados Globalización, en el cual los medios de difusión son los principales transmisores del Pensamiento único que la caracteriza, y que fuera delineado en los centros de poder financiero mundial.

No es la escuela ni la familia la que enseña los principios éticos que deben regular la conducta social, sino la propaganda de Coca Cola, de McDonalds, de Carrefur, de Adidas, Toyota, Microsoft y la Corporación Inmobiliaria, para mencionar algunos de los actores centrales en la creación del actual desastre.

Una organización de medios masivos de difusión cuyo financiamiento, es decir su existencia social, esté dependiendo de la publicidad corporativa, no puede ser otra cosa que un defensor de la actual Sociedad Catastrófica.

Si queremos controlar el colapso, si queremos hacer cirugía terapéutica y no cosmética en el campo de los medios de difusión debemos eliminar el sistema de financiamiento mediante la publicidad.

Este mecanismo cuya estructura, a pesar de su evidente presencia, es cuidadosamente ocultada, dando como un hecho inevitable que los medios no pueden ser otra cosa que instrumentos de las corporaciones o de los Estados, en cuyo caso este es calificado como Dictadura.

Pero los ejemplos de Granma[1] o La Nación no son las únicas posibilidades para el desarrollo de los Medios de Difusión, pues estos son un recurso vital para toda la sociedad, para la ciudadanía, para los Pueblos, para la comunidad organizada, y su democratización es una necesidad imperiosa.

La Nueva Ley de Medios tiene algunos intentos importantes en este sentido, al abrir esta actividad a las universidades y organizaciones sociales, permitiendo que puedan disponer de estos espacios comunicacionales.

Pero estas intenciones son similares a las que han llevado a crear las Olimpíadas de Discapacitados (llaman la atención sobre su existencia, pero sabiendo que no pueden competir con los verdaderos atletas), pues al no existir fuentes de financiamiento similares para ambos sistemas, se condena a la sociedad a escuchar permanentemente los gigantescos amplificadores de las corporaciones, a través de cuyos esporádicos silencios podrá filtrarse alguna voz de la verdad.

DEBEMOS REALIZAR UN CAMBIO PROFUNDO ELIMINANDO EL SISTEMA DE FINANCIAMIENTO DE LOS MEDIOS A TRAVÉS DE LA PUBLICIDAD.

Pues el sólo hecho de aceptar publicidad hace cómplice a cualquier medio de la Mercantilización de la Cultura, modelo que ha cosificado los valores humanos remitiendo todo lo existente a su valor monetario, y ha organizado la vida social alrededor de la capacidad de consumo.

Un cambio estructural requiere eliminar que el financiamiento de los medios sea confiado al sistema de propaganda comercial o política.

Para hacer realidad esta idea, que será tachada inmediatamente como imposible por el establishment y sus prejiles.

Cuando se comprende que los fondos que las corporaciones destinan a la publicidad son siempre son un porcentaje de las ventas, y que ya no son considerados “gastos” sino “inversiones publicitarias”, porque es lo que “otorga valor a sus marcas”.

Es decir que de los bolsillos de los consumidores sale el dinero que luego las corporaciones convierten en publicidad, cuanto mayores son sus ventas, mayor es el dinero que destinan a la publicidad y mayor su peso en los medios de difusión, en los cuales, por ejemplo, la campaña de lanzamiento de un auto, puede salvar las ediciones o emisiones de todo un mes.

Ahora bien, si el Estado definiera un impuesto a las ventas (similar a los fondos hoy usados para la publicidad en cada rubro) que fuera destinado específicamente a financiar los medios de difusión, tendríamos ya la misma masa de dinero que hoy se usa para controlar a los medios a disposición de toda la sociedad, pero impidiendo así que fueran las corporaciones las que impusieran su visión cultural.

Esto no les impide a las empresas hacer catálogos con su producción, pero restringiendo su publicación a este fin específico, motivo por el cual no deben poder utilizar ninguno de los sistemas de distribución destinados a los productos mediáticos[2].

Pero para DEMOCRATIZAR LOS MEDIOS hace falta un paso más, que consiste en establecer en forma automática, los criterios con los cuales se asignan estos fondos (para evitar la discrecionalidad del gobierno de turno), criterios que no pueden ser otros que la mejora de la calidad de vida, de pensamiento y de saberes de la sociedad y de afirmación de la identidad de todos los grupos que la conforman.

Una Ley de Medios que erradicara la gangrena podrida de las corporaciones no puede dejar funcionando en su forma actual el financiamiento de los medios, que convierten a los medios gráficos más vendidos en verdaderos catálogos de venta, y artículos o silencios editoriales destinados a halagar los oídos de los anunciantes.

Lo mismo sucede con los medios audiovisuales y las radios, donde todo lo que se emite está tarifado de acuerdo a su rendimiento económico, lo cual deteriora constantemente la calidad de las emisiones, pues el principal interés de las agencias de publicidad es conectarse con el “target” que buscan sus clientes, con lo cual el “rating” comanda las pautas publicitarias, cuando no la propagación de los productos de las editoriales que controlan a los creadores de música, textos u obras de cualquier otro tipo.

Una Ley de Medios Democrática debería estar constituida básicamente por un MANUAL DE ESTILO SOCIAL, en el cual se especificarían las características que deben reunir las emisiones o publicaciones de cualquier medio para acceder a las cuotas de aire o papel necesarias para cumplir sus funciones, como así también a los recursos económicos necesarios para su actividad.

Este Manual de Estilo no puede ser un recurso momificado, sino que debe poder modificarse para actualizar periódicamente la producción mediática destinándola a satisfacer las necesidades sociales más importantes.

Sin dejar de celebrar el cambio propuesto a la ley anacrónica vigente, a la cual consideramos un primer paso, al posibilitar diversidad de responsables ante la proliferación de medios que nos brinda el desarrollo técnico, debemos enfatizar que proliferación y diversificación no es un sinónimo de democratización, pues no es imposible que la inmensa mayoría de las nuevas voces, no haga sino reforzar con matices, la catastrófica mercantilización de la cultura vigente.

WM/

Buenos Aires, lunes 7 de septiembre de 2009
N&P: El Correo-e del autor es Walter Moore ecodemocracia@gmail.com

Notas:
[1] Prácticamente el único diario de Cuba
[2] Lo cual incluye desde kioscos de diarios a páginas web de buscadores, pasando por la vía pública y los pagos de las editoriales de música a las radios.

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